En esta época de estrés y chifladura generalizada que nos ha tocado vivir, descansar y relajarse en la naturaleza se convierte casi en una necesidad vital. Alejarnos del mundanal ruido y huir de la sensación de inseguridad de las aglomeraciones y del asfalto es pura necesidad de supervivencia. Y de paso, nos lleva a tomarnos ese soñado descanso que anhelamos siempre, alejados de la tecnología y de las neurasténicas noticias sobre pandemias, restricciones y normas que cumplir que no se cansan de difundir los espacios informativos.

En los últimos meses hemos carecido de muchas cosas, pero, sin embargo, hemos tenido la oportunidad de contar con mucho tiempo para pensar y reflexionar. Nos hemos dado cuenta de que las cosas sencillas son las más grandes de la vida, solamente tenemos que saber apreciarlas y valorarlas. Antes organizábamos viajes a miles de kilómetros de nuestro hogar e, ilógicamente, nuestro maravilloso entorno era un gran desconocido. El lado positivo es que ahora ¡tenemos miles de rincones por descubrir, y muchos de ellos se encuentran muy cerquita de casa! Con el paso de los años te das cuenta de que en lo sencillo se esconde la felicidad. Cosas tan simples como reírte con amigos, contemplar un atardecer con tu pareja tendidos en medio del campo, observar el vuelo de una mariposa, ver corretear a tu perro por la arena, oler a hierba recién cortada… te generan una satisfacción infinita. Sin necesidad de preparar complejas maletas o tener que hacer largas horas de espera en aeropuertos o estaciones de tren, con sus tortuosos enlaces, controles, y vacunas, podemos disfrutar de espacios maravillosos. En trescientos kilómetros a la redonda de nuestro lugar de residencia seguramente que lo tenemos todo: montañas, lagos, cuevas, castillos, playas, masías en el campo… en definitiva: VIDA. ¡Cuántas cosas por hacer, cuantas cosas por vivir! ¿Empezamos?
¡Soñemos!
Te propongo un juego: ¡soñemos juntos! Hagamos una lista de deseos de viajes y vayamos tachando nuestros pequeños sueños cumplidos. ¿Cuántos bosques mágicos hay en tu entorno por los que aún no has paseado? ¿Por qué no una visita a esas ruinas medievales de cuento que no transitas desde la niñez? ¿Y despertar en esa cabaña rehabilitada en medio de las montañas para desayunar tostadas de pan recién hecho con mermelada casera y fragante café? y ¿qué tal un recorrido por una sinuosa ruta de monte que desemboca en ese pueblo semi deshabitado donde reinan la paz y el sosiego y donde la escasa contaminación lumínica te permite ver con nitidez el firmamento repleto de estrellas? O quizás poder pasar un fin de semana de boato en un palacio convertido en hotel con spa, al más puro estilo princesa egipcia entre baños de leche de burra y exóticos cuidados estéticos naturales.

Otro planazo puede ser fugarse a un retiro de yoga cerca del mar, hacer un ayuno guiado o pasar una semana en una casa rural con huerta y gallinero donde poder recoger huevos y verduras frescas con las que poder hacer tus platos preferidos. Hacer realidad el sueño de surcar los cielos en un ultraligero o un ala delta y poder contemplar el mundo a vista de pájaro, mientras el aire acaricia tu piel para darte esa quimérica sensación de libertad. Y que me dices de disfrutar de algo tan sencillo como sentarte a la orilla de un riachuelo a leer un libro y pasar sus páginas entre el relajante sonido del agua y el canturreo enloquecido de los pájaros.
¡Hum!, ¡me muero de ganas! ¿con cuál te quedas? Se admiten sugerencias.